miércoles, 3 de enero de 2018

Piqué o el talante "bollicao"


Algunos comenzamos hace tiempo a ser conscientes de la perversidad que encierra cualquier nacionalismo. No, no se trata de una presunción más o menos engreída, simplemente es cuestión de informarse de lo que representa esa ideología tan liberticida y tan disfrazada de lo contrario. Otros, dependiendo del territorio donde residan o presten sus servicios políticos, permanecen bastante alucinados y han interiorizado en buena medida, bajo el síndrome de que el 90% de la población no puede equivocarse, el ambiente pútrido que rodea a los nacionalistas. Eso es así hasta el punto de que hacen suyas las patrias de diseño monolingüistas, como es el caso grotesco del PP de Cataluña, que ofrece su página Web exclusivamente en catalán, que es la herramienta principal, no lo olvidemos, usada por el separatismo para acorralar a la población y convertirla en rehén de su doctrina xenófoba o bien en ciudadanos de segunda que se desentienden a la hora de emitir el voto y les deja a ellos, los separatistas, completamente libre el campo de las urnas.



Josep Piqué, jefe de los populares de Cataluña, es el personaje que representa con cierta fidelidad a los que han metabolizado ya el nacionalismo, hasta el punto de mantenerse en reposo y en ayunas en la cuestión combativa, como si no hubiese motivos más que sobrados para cantarles la caña a esos nazis que ahora gobiernan la Generalidad catalana. Piqué, todo apunta a ello, parece que quisiera hacer méritos neo-nacionalistas a fin de que sus esmirriados diputados en las siguientes autonómicas fuesen decisivos a la hora de pactar con CiU. De hecho, conocidos sus antecedentes políticos como alto cargo de ese mismo partido -algunos consideran que desempeñó la función de caballo de Troya al servicio de Pujol en el gobierno de Aznar-, tampoco es demasiado extraño que al personaje no sólo no le baste con hacer el papel de bollicao en el Parlamento catalán, donde cualquier día servirá de merienda a los antidemócratas que allí mandan, sino que ahora plantea en el PP, a escala nacional, una especie de consigna: Evolucionemos hacia el relleno de crema de cacao.

El gallardonismo de Piqué, en apariencia más interesado en su propia estabilidad que en la política que debería defender de acuerdo con el partido nacional al que pertenece, es algo propio de los fulanos sin demasiada dignidad que sólo piensan en sí mismos y en la continuidad de su carrera. De hecho, se trata de personas que ante todo buscan sentirse cómodas y para ello eluden sistemáticamente la confrontación de ideas o la defensa rigurosa de la libertad y la pluralidad. Esa gente siempre está bien vista por sus oponentes, puesto que resultan simpáticos y de buen carácter. En pocas palabras: no molestan a quienes se dedican en cuerpo y alma, precisamente, a propagar su radicalidad.

Los "bollicaos" son una especie de políticos que, a fin de cuentas, se refugian en el centrismo y lo propugnan como si fuese el más sagrado valor. Y es que todo les sirve -carne o pescado- para ese mundo ambiguo y gris donde desean seguir moviéndose. Es una cuestión de puro interés personal la que asiste a los equidistantes como Piqué, el cual no ignora que haciéndoles el juego a los que hoy mandan en Cataluña le resultará más placentera, con menos desgaste, su actual etapa política. Siempre a la espera, eso sí, de volver a tocar poder ejecutivo y a ser posible como Conseller en Cap de un gobierno presidido por Artur Mas u otro convergente de la misma cuerda. Todo un recorrido circular en la vida pública, al servicio de sí mismo o del amo que más le importe para tal fin.

Pero la culpa de Piqué no es de Piqué, ni de su talante bollicao, la culpa de que un coronel de regimiento sea poco combativo y permanezca indeciso a la hora de enfrentarse al enemigo, como si dijéramos alejado de las balas, será siempre del general en jefe. Y ese general, visto el pobre resultado que le está ofreciendo su subordinado en el frente del nordeste, un frente de lo más valioso y activo para mantener las esperanzas de acabar alguna vez con los totalitarios, debería reemplazarlo sin mayores complicaciones ni escrúpulos. Porque los resultados de las confrontaciones no bélicas sino políticas son perfectamente mensurables por el número de votos conseguidos. De nada vale ser la segunda fuerza más votada en Cataluña en unas elecciones al Parlamento europeo, si luego en las autonómicas o en las generales el resultado es una brillante derrota. Lo que equivale a que no se ha sabido movilizar al electorado porque no se le ha ofrecido más que tonalidades grisáceas.

Tras el fiasco del PSC y su conversión al nacionalismo extremado, en Cataluña sólo queda el PP como posible defensor de los valores democráticos y al mismo tiempo de la unidad de España. Si en lugar de redoblar esfuerzos y tratar de divulgar esas ideas perfectamente compatibles, el PPC se convierte, como de hecho ha sucedido, en un no quiero ni puedo a la hora de presentarse como un partido genuinamente español, apaga, vámonos y tira la llave. En realidad, su bochornosa página Web no deja de ser una metáfora de alguien que toma impulso para marcharse de España y apagar la luz.

En política, como en tantas facetas de la vida, hay algo esencial que una persona o un partido no debe perder nunca: la dignidad y los principios. O dicho de otro modo, ni debe engañarse uno mismo ni debe ser un mercachifle respecto a las ideas que mantiene su propia formación. Si alguien cree honradamente en la libertad, debe hablar de ella en todo momento y denunciar cuanta actitud se contraponga. Si uno considera que el nacionalismo es dañino, no puede esconderse y pretender que el pueblo lo averigüe por sí mismo. Piqué, además de un mercachifle de la política catalana que llegó a ministro sin que nadie sepa aún el porqué, está pretendiendo ahora desmontar lo que le estorba a la gente radicalizada o quizá menos farisea de CiU, que no es ni más ni menos que el núcleo duro del PP en el que Rajoy se sustenta y, con él, la idea de España. Y es que algunos, como Piqué, inician sus movimientos de ajedrez hasta con dos años y pico de adelanto, que es lo que queda para las próximas autonómicas catalanas. Eso, en el supuesto de que se agote la legislatura. De ahí las prisas para tomar posiciones, porque se puede ser centrista, equidistante o neo-nacionalista, pero no tonto. Y el que no corre vuela.

Publicado el 6 de julio de 2005

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